sábado, diciembre 03, 2005

¿Qué querías ser cuando grande?

− La realidad, en ocasiones, es el puro deseo− le murmuró Ansky a Margarita Afanasievna mientras ella aprisionaba con su pequeña mano las pelotas de este joven campesino ruso, recuperándose de algo cercano a un coma etílico, en la página 894 de la monumental 2666 (chapeau Maestro). Escribe Bolaño que Afanasievna se rió de su ocurrencia y le preguntó ¿Y eso cómo se cocina? − Sin quitar la vista del fuego, camarada −le contestó Ansky.

Realidad y deseo. En el espacio que crean estos dos sustantivos se mueve todo: la vida, la locura, el amor, el arte, la literatura. Y los dos, realidad y deseo, mezclados o agitados en diferentes cantidades y de diferentes maneras, producen uno de los más poderosos combustibles de nuestras existencias: los sueños.

El problema de la receta está casi siempre en las porciones que manejamos de cada cosa. Bueno, y en la forma de cocinarlas… pero, para no enredarnos, hablemos primero de porciones. Cuánto de deseo, cuánto de sueños, y lo más importante, cuánto de realidad. En esa parte siempre se nos dañó el plato a los de nuestra generación.

Porque deseos los tuvimos todos. Y los alimentamos con nuestras conversaciones diletantes y corrompidas en las esquinas de adolescencia o en las fiestas, cuando llegamos milagrosamente a la juventud; pero también con prodigiosas lecturas que, dada nuestra escasez de medios, considero ahora un verdadero milagro haberlas logrado. La misma literatura, la música, las sonrisas y las piernas de vecinas y amigas de todas las edades, profusamente surtidas por minifaldas y pantaloncitos calientes, ayudaron a inflar nuestros sueños.

Y los sueños también los tuvimos todos. Lo curioso de nosotros es que no queríamos ser astronautas, médicos, magnates de la construcción, papas o líderes de la política. Queríamos ser escritores de éxito, guitarristas de rock, tumbalocas de alto coturno, beodos, drogos con dinero e imaginación, salvadores de la humanidad gracias a nuestras ideas de izquierda, nuestra tolerancia, nuestro liberalismo a ultranza, nuestra desmedida imaginación y nuestra total ausencia de olfato económico. Por eso nos gustaron tanto Miller y Bukowsky cuando cayeron en nuestras manos, ojalá en ejemplares prestados que después sus dueños dieron por perdidos.

Creíamos que todo lo podríamos hacer mejor, deseábamos la mujer del prójimo más que a la propia, lo sabíamos todo, no teníamos nada, durábamos cinco años con el mismo sueter, nos trabábamos todos los días, rumbeábamos todas las noches, pero estábamos tranquilos; el mundo iba a saber de nosotros tarde o temprano.

El problema fue que nunca intentamos ir por él.

Nunca tuvimos claro que a la receta había que ponerle una dosis de ganas y varias más de trabajo, así, simplemente. Y si lo supimos, también supimos que esa era la parte que nos daba más pereza. Para ser escritor había que escribir, y mucho. No solo era leer y hablar de literatura y conseguirse buenos polvos y buenas viejas con charlas ingeniosas. Había que trabajar, escribir, estudiar, tener metas. ¿Metas? ¿Qué es eso? Esa palabra yo no la consideré sino hasta pasados los 40.

Y muchos de nosotros nos quedamos en eso. Que nos esperen, que sabrán lo que es de verdad el talento, que todos son unos mediocres, menos nosotros. Y se nos pasó el tiempo entre sueños, rumbas, deudas, conversaciones, más conversaciones, más deseos. Nos hicimos lectores, espectadores, críticos mordaces, pero logramos poco de lo que soñamos. Ese trabajo se lo dejamos a nuestros héroes: Lennon, Jagger, Burroughs, Kerouac, Antonioni, Buñuel…

El puro azar nos trajo a lo que somos hoy: unos diletantes ilustrados que seguimos deseando fervientemente la mujer del prójimo. Y esa sí que la conseguimos si nos lo proponemos. Pero, viéndolo bien, la mayoría seguimos siendo consecuentes: seguimos sin tener nada (excepto deudas, algunos libros y discos y alguna foto autografiada por Cortazar o por Nina Simone), seguimos bebiendo y rumbeando -ojalá de gorra-, seguimos siendo libres de soñarlo todo y no hacer nada, seguimos siendo malos amigos y buenos lectores… y qué carajo, seguimos dejando que todos hagan lo que les de la gana, sin atravesarnos en ningún sueño.

Lo que pasa es que ahora los sueños, nuestros sueños, han cambiado de rumbo, nos preguntamos cada vez menos por el futuro. Ahora ya indagamos con humildad: Y tú ¿qué querías ser cuando grande?