sábado, agosto 25, 2007

Shakira muestra los cucos


Minifaldas negras, corsés ajustados, corbatas, superficies plásticas tras las cuales mueve su peluca azul, más minifaldas negras. El bajo marca fuerte la expectativa, Shakira mueve su pierna desafiante, detalle al corpiño de correas. No me preguntes más por mí / si ya sabes cuál es la respuesta / desde el momento en que te vi / tacón puntilla destapado. Shakira amenaza con subirse la falda, que está por encima de sus medias negras de liguero; el corpiño empuja sus senitos hacia arriba, detalle a las uñas pintadas de negro. Yo me propongo ser de ti / Se echa perfume entre sus senos mientras se mira lasciva / una víctima casi perfecta. Y se inclina hacia delante, insinuante, para que sus senos se vean mejor. Sus labios se destacan carnosos, balbuceantes en el marco de su peluca azul Yo me propongo ser de ti / un volcán hoy y el maquillaje fuerte de sus ojos, un foco directo proyecta sus sombra dura sobre las cortinas del fondo.

Creo que empiezo a entender / nos deseábamos desde antes de nacer y el corito subraya seseante mientras toda su figura se recorta negra ante un fondo luminoso, mueve las caderas como aguardando. Y las mujeres somos las de la intuición. Delirante; primer plano del pintalabios rodando por sus carnosos labios enarcados. Ufff. Yo te propongo un desliz, y nos mira desafiante con su guitarra colgada de los hombros y la misma cadencia expectante retratada en cuatro copias suyas que la acompañan en el baile / un error convertido en aciertooo / Y por fin se voltea con sus coristas y nos muestras sus cucos ¿blancos? mientras respinga insinuante su trasero y el ruedo de su faldita sube y baja al compás del bajo, tuntu, tuntu, tuntu.

Y así, durante tres minutos y treinta y seis segundos. Ojos de inocencia provocadora, posturas insinuantes, la estética de una Lolita posmoderna, el lenguaje de una striper cara, todo el video es una bomba erótica que nos agarra de… la música parece un pretexto. Te siento, te siento desde antes de nacer insiste untuoso el coro / tengo el presentimiento que empieza la acción. Y vuelve con su pintalabios y con el gotero del perfume entre los senos, guiños fálicos a los recalentados espectadores. Qué rica, Shakiiii.

Madona, la mamá de todas, Paulina Rubio, Christina Aguilera, la nota es portarse como una puta cara, sostener a los televidentes con los ojos fijos y la saliva saliendo de la boca. Yo me propongo ser de ti / un volcán hoy, el amor talvez / la letra ayuda, empuja, el producto es redondo, el bajo insiste, tuntu, tuntu, tuntu.

Estoy viva aún / será cuestión de suerte / Y punnnn, se voltea Shaki y sus cuatro copias y si, blancos, blancos sus cucos sobre su culito respingado pero discreto creo que empiezo a entender / Despacio, despacio, comienzas a entender. Ahhh, ahhhh, y otra vez atrapada tras el plástico blanco se contorsiona con sus deliciosos ademanes de pin up del siglo XXI, parece buceando en nuestros tibios deseos, abre sus labios ansiosa, pero sus ojos están frios: ojo chicos, es solo una actuación; en un ratito me quito la peluca, me pongo los tenis y salgo a caminar por South Beach con Antonio, mi novio de toda la vida.

Creo que empiezo a entender / Despacio, despacio, comienzas a entender y viene el plato fuerte, se suben a la tarima y en una escena que parece concebida por John Lennon en sus desvarios eróticos o por Man Ray para una de sus fotografías surrealistas, cinco pares de piernas se elevan al cielo y se mueven dejando ver sus cinco pares de medias negras y sus cinco cucos blancos Despacio, despacio, comienzas a entender y las piernas izquierdas se mueven en círculos y noto que las medias tienen, pero claro, venas negras a todo lo largo, y ahora las piernas se mueven todas juntas Y las mujeres somos las de la intuición, las de la intuicióóóóónnnnn, Y todas se sientan y cruzan las piernas coquetas hacia la derecha y luego a la izquierda, con sus camisitas blancas ý sus corbaticas negras que recuerdan las cándidas y deseables escolares…… aaaaaaaaaaaahhhhhhhh.

Este es el negocio y Shakira es inteligente, vende bien, pero esto nada tiene que ver con la música.

sábado, agosto 18, 2007

Planeta Genoveva: el vendaval poético de La Tejedora de Coronas

Genoveva, la sensual, la intelectual, la emotiva, la enamorada de Federico y sus planetas, la morena cartagenera de las bellas nalgas, la violada, la emisaria de la Gran Logia, la tejedora de coronas. Genoveva, la que nos lleva como una exhalación desde finales del siglo XVII, cuando la armada francesa del perfumado Luis XIV, aliada a los más descompuestos piratas de Caribe, asedia y asola a la muy católica Cartagena de Indias, hasta bien entrado el Siglo de las Luces, el XVIII, cuando su amigo Voltaire se consolida como el gran intelectual de la Ilustración mientras en el Caribe sigue quemando cristianos el Santo Oficio. Genoveva Alcocer, la del espíritu libérrimo, es la voz cantante en esta inmensa novela de espíritu universal y desafiante propuesta estética.

La Tejedora de Coronas no es un libro fácil de leer. Su primer párrafo, que es también su primer capítulo, tiene treinta y ocho páginas. Son, en suma, 550 páginas repartidas en solo dieciocho párrafos y otros tantos capítulos. No hay puntos seguidos, ni siquiera punto y comas, solo comas; todo lo cual exige al lector aprender a leer de otra manera, esforzar su atención, concentrarse, luchar contra la densidad de la prosa. Es como con las mujeres difíciles, o con las obras de Stravinsky o John Coltrane, una vez se logra descifrar su lenguaje, una vez se toma su ritmo y se acostumbra a ella o ellos, los ojos se abren, la percepción se ensancha y llega lo maravilloso. Para el caso de la Tejedora, el lector comienza a disfrutar de un inmenso huracán poético, erótico, violento, pero no menos erudito, iluminado, realista y muchas veces esotérico y fantástico.

La Tejedora de Coronas es una lección de historia patria, europea y universal. Es una mirada bien informada a ese lúcido siglo en que el dogma religioso se comienza a desmontar y el pensamiento civil, libre de ataduras oscuras, demócrata, abierto a la construcción de ciencia y conocimiento, comienza a tomarse Occidente. Es también una inmensa diatriba contra la iglesia católica, la vivida en España y la impuesta en la América conquistada y expoliada por curas reaccionarios y soldados corruptos de la península. Allí se entiende mucho de nuestro atraso, de la barrera que el Santo Oficio creó a cualquier exposición al conocimiento universal y con ello nos condenó al prejuicio y a la dependencia intelectual y moral.

Debo confesar que al leerlo me sentí profunda y saludablemente ignorante. La erudición sin fronteras que despliega Espinosa, su profundo conocimiento de la historia, de la filosofía, de la Cartagena de finales del XVII, de la ciudad de las luces, París del siglo XVIII, de la vida europea, de la briega de los navegantes y los soldados, son verdaderamente embriagadores. Genoveva se hace amiga de Voltaire y George Washington; conversa con el papa Benedicto XI y baila con su predecesor, cuando era cardenal, en una calle de Roma; su mano es besada por Luis XIV cuando acude al observatorio donde ella es asistente. Su novio bautiza un planeta de tonalidades verdosas que solo se ve al atardecer, el planeta Genoveva, que luego haría parte, rebautizado, del sistema solar.

La novela es una mezcla de erudición y ficción con arrestos fantásticos, que apunta a la comprensión del mundo por la vía de la metafísica. Tiene esa mezcla que hizo grande a Borges, pero que ya estaba presente, según lo anota el propio Espinosa en un coloquio con Moreno Durán, en Rubén Darío y Leopoldo Lugones y hasta en nuestro Rafael Pombo.

A ese universo, que se asemejaría a una catedral barroca atravesada por un huracán intrépido y polifónico, contribuye además de su arriesgada y a veces fatigante sintaxis, el prodigioso manejo del tiempo, que salta de la historia cartagenera, erótica, violenta y asolada, a las historias europeas, al mar y a los salones romanos, que va y viene con prodigiosas soluciones de continuidad, propias del más hábil tejido literario.

La tejedora de coronas es, sin duda, una de las mejores novelas colombianas, si no la mejor, por encima de muchas mejor valoradas; a la altura de Cien años de soledad y de El otoño del patriarca, siendo muy distinta de ellas. Uno se pregunta por qué regulares novelistas como Álvaro Mutis son puestos por encima de Espinosa, por qué llueven las entrevistas y las referencias al uno y se echan en falta las del otro. Quizá su dificultad para ser leído, porque, además, en La tejedora hay por lo menos dos o tres palabras por página que uno nunca había oído o leído, arcaísmos o neologísmos que, sospecho, muchos son de cuño del autor; un lenguaje pensado desde el momento histórico que relata.

Vale la pena leer con cuidado esta obra, la de uno de los tres o cuatro mejores escritores de estas tierras en los últimos años.

domingo, febrero 25, 2007

Diana Krall tuvo mellizos

Siempre pensé que Norah Jones era el anzuelo de la EMI para salirle al paso a la lluvia de dólares que cosechaba Diana Krall por cuenta de descubrir –quizá sin proponérselo– un filón comercial en el revival del Jazz American Songbook, al que se pegaron después de la Jones figuras tan insospechadas como Rod Stewart. Lo comprobé hace pocos días cuando un amigo me mandó una nota de cierto apesadumbrado crítico argentino, que contaba cómo los productores de la disquera buscaron afanados entre la canasta de los ´demos´ para ver si atajaban a la Krall, y encontraron a esta diva de piel cobriza a la que, a mi parecer, le faltan varios hervores.

En efecto, pocos discos han conmocionado tanto el mercado musical en los últimos años para los mayores de 30 como When I Look in your eyes, que al sobrepasar el millón de copias se convirtió en el disco de jazz más vendido de la historia y en el portaestandarte de toda una nueva etiqueta - línea de ventas de las casas disqueras: el pop adulto.

Pero ¿jazz o pop adulto? Creo que justo ahí está el problema. When I Look in your eyes fue quizá el último disco de jazz de la Krall y el primero de su largo e impreciso recorrido por el jazz-pop-rock al que presumo ha sido suavemente empujada por su marido, el célebre rockero inglés Elvis Costello, padre hoy de los mellizos. Al grabarlo con orquesta de cuerdas, Diana rompió con el original y bien concebido trío de piano, guitarra y bajo que produjo albums tan memorables como All for you o Love Scenes. Con este disco llegó a la cumbre, muy merecida por la calidad de sus interpretaciones y su incuestionable estirpe swinguera, y se hizo conocer a nivel mundial, aunque también comenzó un descenso vertiginoso hacia los discos fáciles y bien vendidos.

Fue ahí cuando lanzaron a Norah Jones, prebautizada como cantante de jazz para ponerla en el carril de al lado de la altísima –en todos los sentidos- canadiense. La oí con cuidado en su primer disco, Come away with Me, pensando en regalarme otra gran experiencia jazzistica: nada. Primero porque lo que oí distaba mucho de ser jazz: no hay ánimo innovador, dialogante, no hay un lenguaje nuevo, no hay voz, no hay genialidad ni mucho menos una tradición jazzística manifiesta. No me sedujo. Tampoco con Feels like home, que me pareció aburridísimo, muy de entrecasa, tampoco ahora con Not too late, con el que parece que se le hace tarde para demostrar lo que tiene, suavecita pero desganada, una buena intérprete, no más. Todos sus discos están a medio camino entre el country y el pop, lejos del jazz, donde insisten en situarla sus productores.

Y con todo esto no pretendo descalificar a Norah, está en todo su derecho de hacer la música que le parezca y de venderla. Y están en todo su derecho sus admiradores al defenderla y disfrutar de sus canciones. Lo que pasa es que productores y admiradores a veces sobreestiman su valor.

Por ejemplo, el apesadumbrado crítico argentino no lo estaba por develar la estrategia de la disquera, sino por quejarse de la "intelligentsia que la anatemizó", que le restó a la Jones méritos para hacer parte del exclusivo club de los y las buenas jazzistas, defensa que pienso motivada más por los efectos de sus indiscutiblemente profundos ojos negros, que por su música.

Yo también he sido acusado de “purista inflexible” por un querido amigo y cultivado melómano al hacer comentarios como estos sobre la hija de Ravi Shankar y sobre otros intérpretes, sobrestimados a mi entender, como Maná, el grupo mexicano de rock que quizá comete el mismo pecado de la Jones, mantenerse cómodamente en la fórmula que los lleva a vender discos, cultivar una imagen vendedora (ella de vino caliente y chimenea y los otros de defensores ambientales a ultranza) y arriesgarse bien poco a hacer cosas innovadoras.

Eso nos lleva al peligroso tema de lo que es y lo que no es. Al difícil terreno de establecer qué es arte, qué es espectáculo, y qué es puro ejercicio de mercadeo.

Ahí me tendría que detener a afirmar que detesto a quienes como críticos descalifican con pedantería y no poca soberbia el trabajo de músicos, escritores o pintores, parados desde alturas pontificales que pocas veces merecen. Todos los bípedos reflexivos del planeta (y los no reflexivos también) tenemos el derecho de expresarnos, de poner a caminar nuestras ideas, de compartir nuestros sueños con el resto de la manada. Abrogarse la potestad de decir la última palabra sobre lo que es arte o lo que no lo és, expulsar del Olimpo a quienes no consideran ungidos por las musas no debería estar al alcance de nadie. La historia ha mostrado cuan equivocado se puede estar.

Pero quien expone se expone. Quien abre la boca, escribe, pinta, publica, se ofrece a la reacción de quienes lo escuchan, lo ven o lo leen. Y si todos tenemos derecho a expresar lo que tenemos dentro, también lo tenemos a reaccionar a lo que vemos fuera, ni más faltaba. El problema es no dejar en claro que es nuestra opinión personal, expresada desde nuestra propia altura, desde donde podemos percibir, sentir y rumiar con el equipaje que nos hemos dado para vivir, con ánimo dialéctico, para animar la conversación y provocar reacciones. Así, sin ánimo pontifical, creo que funciona mejor, y en forma más democrática, el inmenso y complejo sistema digestivo de la cultura.

Es en el choque de opiniones y apreciaciones, en la expresión encontrada de valoraciones de la obra de cualquier persona (no uso la palabra artista porque está el problema de quién se la merece) donde podemos establecer cada uno lo que consideramos arte, por que va más allá, le da otra vuelta a la tuerca, rebasa límites, construye nuevas formas de expresión, no repite.

Entre otras para correr ese velo truculento con que a veces nos cubren productores y ejecutivos de las disqueras o las editoriales, para poner en su sitio a quienes lanzan en la misma cesta a Norah, Diana y, por ejemplo a Christina Aguilera, esta si una portentosa voz digna de mejores destinos, pero cuyos productores han explotado haciéndole crecer los senos y pintándole el pelo de todos los colores, hasta el punto de aparecer gritando como una loca con una melena plástica, platinada, en ese circo moderno que son la entrega de los Grammys, digna de un burdel de baja estofa en Shangai.

Por eso me preocupa saber que Diana Krall tuvo mellizos en diciembre pasado. ¿Será que a los productores de Norah les da por buscar otro doble embarazo?

sábado, junio 24, 2006

Anacrónicas

La idea me asaltó una noche cualquiera frente a la tele, cuando caí en uno de esos programas de Film and Arts dedicado al ballet clásico. Me quedé viéndolo desde fuera de su halo de seriedad cultural y de cultivada tradición del primer mundo. Era un grupo prolijo de jóvenes con medias blancas pegadas al cuerpo hasta llegar a la cintura, las cuales resaltaban sus pronunciados equipamentos sexuales y sus respingados traseros; sus expresiones eran de concentrada seriedad tras maquillajes y cabelleras generosas y muy bien arregladas. Los muchachos se empinaban en los dedos de los pies y discurrían sobre un escenario que parecía pintado para una elegante sesión solemne de colegio, mientras agitaban sus brazos como si intentaran volar, sin conseguirlo. El asunto me pareció –con todo respeto- graciosamente anacrónico en medio de este siglo XXI.

De pronto me sentí enfrentado a una expresión humana totalmente desueta, de una belleza conmovedora, pero movilizada por una estética casi ridícula. Y con esto no quiero faltarle al respeto ni a la danza clásica ni a quienes la aman, ni mucho menos descalificarla, sólo tuve la sensación de estar ante una manifestación artística casi prehistórica. Y esa noche comencé a hacer evidente una percepción que ya había estado cultivando frente a diversas manifestaciones artísticas o expresiones culturales, frente a valores, artefactos, modas y productos.

Y ya que entramos en gastos artísticos aprovecho para mencionar la Ópera como otra expresión escénica, más no musical, que me parece totalmente anacrónica. Ahora que se han desarrollado en el cine y la televisión estéticas audiovisuales, lenguajes y hechos culturales, que la expresión escénica de la música y del drama han alcanzado tantas posibilidades, ver a unos cantantes gordos ataviados en forma aparatosa, intentando una representación dramática mientras cantan una música prodigiosa, hay que decirlo, me resulta también fuera de tiempo.

Pero este sentimiento de anacronismo no me acompaña sólo ante ciertas representaciones artísticas, antes de pasar a otro tema debo decir que manifestaciones como la pintura siguen conservando para mi la mayor de las vigencias y que jamás han sido superadas por instalaciones y artes conceptuales, y con esto quiero dejar constancia de que mi posición no es la de un post modernismo a ultranza.

Las religiones también me parecen cosa del pasado, oir a alguien decir que va al altar de la virgen a pedirle para que se le dé alguna cosa también me parece totalmente desueto. Esa tradición entre mágica y confesional, esa “fe ciega”, esa constante conversación con el más allá y, además, ese crédito absoluto a todo lo que dicen los agentes de las iglesias, ávidos de poder, riqueza y control total, me parecen costumbres antiguas. Lo que no quiere decir que no respete la necesidad de todos de tener a alguien más grande que nos acompañe en este viaje y tenga la sabiduría y la visión que nos ayude a reducir nuestra incertidumbre.

La guerra, en todas sus dimensiones e intensidades es también una de las manifestaciones humanas más anacrónicas. Utilizar la fuerza, negar la igualdad y los derechos, querer eliminar al otro para obtener una ventaja me parecen inclinaciones que deberían estar superadas por la humanidad como ha superado la viruela o el tifo. No respetar la vida, y lo que es peor, medrar alrededor de ella para obtener beneficios, utilizar a los otros, violar su integridad, es una práctica que hace parte de una soterrada prehistoria y que anima las peores voliciones de nuestra animalidad.

Pero bueno, no sigamos por ese camino tan trascendental. También me he encontrado con deportes totalmente anacrónicos, el tejo por ejemplo. No sé cómo se llamará en otras partes, pero eso de jugar a tirar unas piedras a ver quién explota la “mecha” de pólvora me parece singularmente simpático, pero sumido en la noche de los tiempos. Y por otras razones también me lo parece el cricket, tan inglés, tan decimonónico, tan caduco.

Y pensando en eso se me aparecen la monarquía y toda la nobleza, todas anacrónicas con su entramado de privilegios y exclusiones, rescatadas de la caducidad y de la muerte segura por los paparazzis y las revistas del corazón, que las erigieron como las nuevas novelas de aventuras para el gran vulgo.

Y la lista podría ser más larga: los discos de 45 rpm y hasta las tornamesas (a mi hijo hasta los CD le parecen anacrónicos, aunque no conozca esa palabra), los coches de caballos, las películas de vaqueros, la disciplina, la venganza, la envidia… en fin, hay muchos íconos que destronar.

sábado, diciembre 10, 2005

Mis propios diez

Hacer y publicar la propia lista de los diez discos de jazz que uno considera los mejores parece uno de los mandamientos más importantes para un jazzomano, no es sino entrar a las páginas de música adulta o a las de ventas de discos y ahí están mis diez, sus diez, nuestros diez.

Y la cosa tiene sentido. Escoger cuáles son los propios diez significa una importante toma de posición frente a una afición que no parece tener aguas tibias: a nadie –me parece- le gusta todo el jazz. A unos les gustan los orígenes, el Dixieland, toda esa cosa entre folclórica, pintoresca e histórica que para mi no tiene ningún interés. A otros les gusta el cool y hasta el Hard Bop, a otros el jazz light línea Nohra Jones, a otros solo el free

A mí –lo digo de una vez- me gusta el jazz desde finales de los cuarentas, a partir de Charlie Parker, lo último de Lester Young, a partir de Birth of the Cool. Lo de atrás, excepto honrosísimas y germinales figuras como Louis Armstrong y Billie Holiday no me mueve la aguja, a menos que explique expresiones o tendencias que han pasado la línea de los cincuenta.

Y obviamente esto no es un capricho. Me gusta el jazz como una forma de expresión artística libre, única y en constante evolución, como una forma de reflexionar sobre lo que somos, sobre nuestros mitos y nuestros miedos, sobre nuestros sueños. Me gustan el jazz y la música como arte y no solo como una forma de espectáculo o entretenimiento. Pero si así le gusta a los demás está bien, no quiero que esto suene a fundamentalismo. No tengo problemas con quienes solo quieren bailar o divertirse.

Y siento especial atracción por lo que se hizo en los cincuentas, por el Cool, por el Hard Bop, por eso que se conoce por el West Coast y que evolucionó a lo que hoy llamamos el jazz clásico. Pero también me gusta el Avant Garde, el Post Bop, por supuesto el jazz que llaman latino, que no es un jazz aparte sino un jazz en toda la línea con fuertes influencias latinas y para no agobiar con etiquetas, me gusta casi todo el jazz hecho con un ánimo de expresión personal seria.


Bueno, pero del jazz hay mucho que hablar y esta no será la única oportunidad para hacerlo, así que acá están mis diez:

1. El lugar de honor no puede ser sino para Kind of Blue en donde se encontraron tres de los músicos que más amo: Miles Davis, John Coltrane y Bill Evans.
2. En segundo lugar viene una de las expresiones más animales y vibrantes y profundas de la condición humana que en la música se hayan conocido: A Love Supreme de John Coltrane.
3. De tercero quiero poner la edición que se hizo de parte de lo que Bill Evans tocó con Scott LaFaro y Paul Motian ese histórico 25 de junio de 1961 en el Village Vanguard de Nueva York: Waltz for Debby.
4. Este creo que es el lugar de Astor Piazzolla en la lista. Acá pondría su maravillosa grabación con el saxofonista Gerry Mulligan: Summit.
5. Y no puedo dejar de ceder a la tentación de poner también a Piazzolla de quinto, en su grabación de 1986 con Gary Burton en el Montreaux Festival: The New Tango. Lástima que Piazzolla y Miles nunca hubieran grabado juntos; Astor comentó alguna vez que no lo hicieron quizá porque el ego de juntos no hubiera dejado que el del otro precediera su nombre en la carátula del disco.
6. Acá va sin duda otra grabación de algunos de los titanes que ocupan el primer lugar, esta vez liderados por Cannonball Adderley: Something Else.
7. Un monstruo decidió un día cambiar de instrumento y produjo una obra maestra: Mingus plays piano.
8. Otro monstruo del piano, también de piel cobriza, pero este de los nuestros, Chucho Valdés, hizo Pianissimo.
9. En 1976 Keith Jarret trabajó con Jan Garbarek en una verdadera catedral: Arbour Zena.
10. La bossa nova redescubierta por los gringos: Getz/Gilberto.


Ahí está pues mi toma de posición, mi apuesta, mi santoral más querido, que debía prolongarse a cincuenta o cien títulos para albergar todo lo que amo en este género donde los músicos tienen por costumbre establecer conversaciones libres, liturgias creadoras y sugestivas cuya única regla es escucharse entre ellos, y no parar de divertirse.

sábado, diciembre 03, 2005

¿Qué querías ser cuando grande?

− La realidad, en ocasiones, es el puro deseo− le murmuró Ansky a Margarita Afanasievna mientras ella aprisionaba con su pequeña mano las pelotas de este joven campesino ruso, recuperándose de algo cercano a un coma etílico, en la página 894 de la monumental 2666 (chapeau Maestro). Escribe Bolaño que Afanasievna se rió de su ocurrencia y le preguntó ¿Y eso cómo se cocina? − Sin quitar la vista del fuego, camarada −le contestó Ansky.

Realidad y deseo. En el espacio que crean estos dos sustantivos se mueve todo: la vida, la locura, el amor, el arte, la literatura. Y los dos, realidad y deseo, mezclados o agitados en diferentes cantidades y de diferentes maneras, producen uno de los más poderosos combustibles de nuestras existencias: los sueños.

El problema de la receta está casi siempre en las porciones que manejamos de cada cosa. Bueno, y en la forma de cocinarlas… pero, para no enredarnos, hablemos primero de porciones. Cuánto de deseo, cuánto de sueños, y lo más importante, cuánto de realidad. En esa parte siempre se nos dañó el plato a los de nuestra generación.

Porque deseos los tuvimos todos. Y los alimentamos con nuestras conversaciones diletantes y corrompidas en las esquinas de adolescencia o en las fiestas, cuando llegamos milagrosamente a la juventud; pero también con prodigiosas lecturas que, dada nuestra escasez de medios, considero ahora un verdadero milagro haberlas logrado. La misma literatura, la música, las sonrisas y las piernas de vecinas y amigas de todas las edades, profusamente surtidas por minifaldas y pantaloncitos calientes, ayudaron a inflar nuestros sueños.

Y los sueños también los tuvimos todos. Lo curioso de nosotros es que no queríamos ser astronautas, médicos, magnates de la construcción, papas o líderes de la política. Queríamos ser escritores de éxito, guitarristas de rock, tumbalocas de alto coturno, beodos, drogos con dinero e imaginación, salvadores de la humanidad gracias a nuestras ideas de izquierda, nuestra tolerancia, nuestro liberalismo a ultranza, nuestra desmedida imaginación y nuestra total ausencia de olfato económico. Por eso nos gustaron tanto Miller y Bukowsky cuando cayeron en nuestras manos, ojalá en ejemplares prestados que después sus dueños dieron por perdidos.

Creíamos que todo lo podríamos hacer mejor, deseábamos la mujer del prójimo más que a la propia, lo sabíamos todo, no teníamos nada, durábamos cinco años con el mismo sueter, nos trabábamos todos los días, rumbeábamos todas las noches, pero estábamos tranquilos; el mundo iba a saber de nosotros tarde o temprano.

El problema fue que nunca intentamos ir por él.

Nunca tuvimos claro que a la receta había que ponerle una dosis de ganas y varias más de trabajo, así, simplemente. Y si lo supimos, también supimos que esa era la parte que nos daba más pereza. Para ser escritor había que escribir, y mucho. No solo era leer y hablar de literatura y conseguirse buenos polvos y buenas viejas con charlas ingeniosas. Había que trabajar, escribir, estudiar, tener metas. ¿Metas? ¿Qué es eso? Esa palabra yo no la consideré sino hasta pasados los 40.

Y muchos de nosotros nos quedamos en eso. Que nos esperen, que sabrán lo que es de verdad el talento, que todos son unos mediocres, menos nosotros. Y se nos pasó el tiempo entre sueños, rumbas, deudas, conversaciones, más conversaciones, más deseos. Nos hicimos lectores, espectadores, críticos mordaces, pero logramos poco de lo que soñamos. Ese trabajo se lo dejamos a nuestros héroes: Lennon, Jagger, Burroughs, Kerouac, Antonioni, Buñuel…

El puro azar nos trajo a lo que somos hoy: unos diletantes ilustrados que seguimos deseando fervientemente la mujer del prójimo. Y esa sí que la conseguimos si nos lo proponemos. Pero, viéndolo bien, la mayoría seguimos siendo consecuentes: seguimos sin tener nada (excepto deudas, algunos libros y discos y alguna foto autografiada por Cortazar o por Nina Simone), seguimos bebiendo y rumbeando -ojalá de gorra-, seguimos siendo libres de soñarlo todo y no hacer nada, seguimos siendo malos amigos y buenos lectores… y qué carajo, seguimos dejando que todos hagan lo que les de la gana, sin atravesarnos en ningún sueño.

Lo que pasa es que ahora los sueños, nuestros sueños, han cambiado de rumbo, nos preguntamos cada vez menos por el futuro. Ahora ya indagamos con humildad: Y tú ¿qué querías ser cuando grande?

sábado, agosto 20, 2005

En qué creer después de los 50

El 4 de enero de 1954 Elvis Presley grabó Casual love, la melodía fundacional del rock and roll y el 9 del mismo mes se presentó la primera calculadora. El 13 de junio de ese año se inauguraría el servicio de televisión en Colombia y justo un mes después moriría Frida Kahlo en su casa de México. Por esos mismos días Astor Piazzolla acudiría al estudio de Nadia Boulanger para oir las palabras mágicas y Bill Haley grabaría con The Comets. El 29 de noviembre, en la Clinica Marly de Bogotá, nacería un asustado varón, hijo de Álvaro y Lucía, y el 10 de diciembre de ese mismo 1954 la radio anunciaría que Ernest Hemingway era el ganador del premio Nobel de Literatura.

Excepto por la Guerra Fría no fue nada malo nacer en 1954, sin embargo lo mejor de los cincuentas es que después vinieron los sesentas y ahí sí se puso buena la cosa. Por primera vez quizá en toda la historia de la humanidad los jóvenes mostraron la cara, sacaron la lengua y empezaron a usar la cabeza para lo que servía: para llevar largo el pelo y llenársela de todo tipo de sustancias alucinantes que mostraran otras perspectivas de la existencia. El sexo salió del closet y los grupos de rock comenzaron a multiplicarse como cucarachas. Dylan, Jagger, Lennon and Mc Cartney, Ginsberg y Kerouac comenzaron a construir una forma diferente de ver la vida, de vivirla, de sodársela con o sin los demás. Esa nueva forma de vivir se podía definir con una sola palabra: juventud.

Y desde esos zapatos, desde lo joven, aprendimos a vivir nuestras vidas. Crecimos en una cultura que se inventó sus propias estéticas, que rompió con un pasado circunspecto y apolillado. Aprendimos a ser contestatarios, iconoclastas, irreverentes, a no comerle cuento a la autoridad, ni a la tradición, ni a las figuras entronizadas por la historia. Aprendimos a no querer ser arribistas o poderosos o ricos; a amar la paz y la solidaridad, a respetar la naturaleza y a poner el goce por encima de todas las cosas. También aprendimos a ser diletantes, soñadores, irresponsables, tránsfugas y no pocas veces malos amigos, inspirados por magos en esas artes como nuestro venerado Henry Miller.

Y un día se llegó la hora. 29 de noviembre de 2004: estaba cumpliendo 50 años. Y eso no era lo peor: con los cincuenta venían síntomas que no me gustaban nada: empezaba a ver a las menores de 22 como mis hijas, me sorprendía en las reuniones contando los mismos cuentos (sin contar con que en esas reuniones siempre estaban los mismos invitados), mis amigos de infancia se estaban quedando calvos y yo cultivaba una poco discreta barriga. Del Hip Hop, el Ambient, el House y todas esas músicas de hoy comencé a pensar, sin confesárselo a nadie, lo mismo que le oí a mi papá del rock, que eso no era música.

Comencé a pensar que Jagger y Richards y su mítica banda saltando a los 65 en un escenario era un despropósito, los escenarios del rock son para los jóvenes y ellos estaban traicionando esa regla. Hasta Carlos Santana declaraba en un artículo de prensa que quería tocar con Julio Iglesias (o lo que es peor, no recuerdo si ya lo había hecho).

Total, pasar de los cincuenta se empezaba a convertir en un despropósito, en una traición a nosotros mismos. Andrés Caicedo si había sido consecuente, se había suicidado a los 25. Jimmy Hendrix y muchos otros habían hecho lo propio. Claro, no era para tanto. Soy demasiado burgués para suicidarme por eso, pero me quedé sin un lugar desde dónde ver la vida. Ya no soy joven y quiero ser consecuente con eso.

¿Desde dónde ver la vida ahora? ¿en qué creer después de los cincuenta?

Bueno, yo ya no tengo problemas con el rock porque migré al jazz desde hace diez años (¿otro síntoma de madurez?), ni tengo problemas con las drogas porque hasta el cigarrillo me ha dejado, y bebo poco y rumbeo poco y… bueno, esto no es un lloriqueo. Pero no me gusta el golf, ni los carros, ni seré un gay tardío, ni quiero perseguir sardinas (me gustan de mas de 35), ni acumular propiedades o dignidades. Así que me queda la música y la literatura y también Internet, y caminar en los parques, y este blog, donde espero dar cuenta de cuál va a ser mi lugar después de los cincuenta.