sábado, agosto 25, 2007

Shakira muestra los cucos


Minifaldas negras, corsés ajustados, corbatas, superficies plásticas tras las cuales mueve su peluca azul, más minifaldas negras. El bajo marca fuerte la expectativa, Shakira mueve su pierna desafiante, detalle al corpiño de correas. No me preguntes más por mí / si ya sabes cuál es la respuesta / desde el momento en que te vi / tacón puntilla destapado. Shakira amenaza con subirse la falda, que está por encima de sus medias negras de liguero; el corpiño empuja sus senitos hacia arriba, detalle a las uñas pintadas de negro. Yo me propongo ser de ti / Se echa perfume entre sus senos mientras se mira lasciva / una víctima casi perfecta. Y se inclina hacia delante, insinuante, para que sus senos se vean mejor. Sus labios se destacan carnosos, balbuceantes en el marco de su peluca azul Yo me propongo ser de ti / un volcán hoy y el maquillaje fuerte de sus ojos, un foco directo proyecta sus sombra dura sobre las cortinas del fondo.

Creo que empiezo a entender / nos deseábamos desde antes de nacer y el corito subraya seseante mientras toda su figura se recorta negra ante un fondo luminoso, mueve las caderas como aguardando. Y las mujeres somos las de la intuición. Delirante; primer plano del pintalabios rodando por sus carnosos labios enarcados. Ufff. Yo te propongo un desliz, y nos mira desafiante con su guitarra colgada de los hombros y la misma cadencia expectante retratada en cuatro copias suyas que la acompañan en el baile / un error convertido en aciertooo / Y por fin se voltea con sus coristas y nos muestras sus cucos ¿blancos? mientras respinga insinuante su trasero y el ruedo de su faldita sube y baja al compás del bajo, tuntu, tuntu, tuntu.

Y así, durante tres minutos y treinta y seis segundos. Ojos de inocencia provocadora, posturas insinuantes, la estética de una Lolita posmoderna, el lenguaje de una striper cara, todo el video es una bomba erótica que nos agarra de… la música parece un pretexto. Te siento, te siento desde antes de nacer insiste untuoso el coro / tengo el presentimiento que empieza la acción. Y vuelve con su pintalabios y con el gotero del perfume entre los senos, guiños fálicos a los recalentados espectadores. Qué rica, Shakiiii.

Madona, la mamá de todas, Paulina Rubio, Christina Aguilera, la nota es portarse como una puta cara, sostener a los televidentes con los ojos fijos y la saliva saliendo de la boca. Yo me propongo ser de ti / un volcán hoy, el amor talvez / la letra ayuda, empuja, el producto es redondo, el bajo insiste, tuntu, tuntu, tuntu.

Estoy viva aún / será cuestión de suerte / Y punnnn, se voltea Shaki y sus cuatro copias y si, blancos, blancos sus cucos sobre su culito respingado pero discreto creo que empiezo a entender / Despacio, despacio, comienzas a entender. Ahhh, ahhhh, y otra vez atrapada tras el plástico blanco se contorsiona con sus deliciosos ademanes de pin up del siglo XXI, parece buceando en nuestros tibios deseos, abre sus labios ansiosa, pero sus ojos están frios: ojo chicos, es solo una actuación; en un ratito me quito la peluca, me pongo los tenis y salgo a caminar por South Beach con Antonio, mi novio de toda la vida.

Creo que empiezo a entender / Despacio, despacio, comienzas a entender y viene el plato fuerte, se suben a la tarima y en una escena que parece concebida por John Lennon en sus desvarios eróticos o por Man Ray para una de sus fotografías surrealistas, cinco pares de piernas se elevan al cielo y se mueven dejando ver sus cinco pares de medias negras y sus cinco cucos blancos Despacio, despacio, comienzas a entender y las piernas izquierdas se mueven en círculos y noto que las medias tienen, pero claro, venas negras a todo lo largo, y ahora las piernas se mueven todas juntas Y las mujeres somos las de la intuición, las de la intuicióóóóónnnnn, Y todas se sientan y cruzan las piernas coquetas hacia la derecha y luego a la izquierda, con sus camisitas blancas ý sus corbaticas negras que recuerdan las cándidas y deseables escolares…… aaaaaaaaaaaahhhhhhhh.

Este es el negocio y Shakira es inteligente, vende bien, pero esto nada tiene que ver con la música.

sábado, agosto 18, 2007

Planeta Genoveva: el vendaval poético de La Tejedora de Coronas

Genoveva, la sensual, la intelectual, la emotiva, la enamorada de Federico y sus planetas, la morena cartagenera de las bellas nalgas, la violada, la emisaria de la Gran Logia, la tejedora de coronas. Genoveva, la que nos lleva como una exhalación desde finales del siglo XVII, cuando la armada francesa del perfumado Luis XIV, aliada a los más descompuestos piratas de Caribe, asedia y asola a la muy católica Cartagena de Indias, hasta bien entrado el Siglo de las Luces, el XVIII, cuando su amigo Voltaire se consolida como el gran intelectual de la Ilustración mientras en el Caribe sigue quemando cristianos el Santo Oficio. Genoveva Alcocer, la del espíritu libérrimo, es la voz cantante en esta inmensa novela de espíritu universal y desafiante propuesta estética.

La Tejedora de Coronas no es un libro fácil de leer. Su primer párrafo, que es también su primer capítulo, tiene treinta y ocho páginas. Son, en suma, 550 páginas repartidas en solo dieciocho párrafos y otros tantos capítulos. No hay puntos seguidos, ni siquiera punto y comas, solo comas; todo lo cual exige al lector aprender a leer de otra manera, esforzar su atención, concentrarse, luchar contra la densidad de la prosa. Es como con las mujeres difíciles, o con las obras de Stravinsky o John Coltrane, una vez se logra descifrar su lenguaje, una vez se toma su ritmo y se acostumbra a ella o ellos, los ojos se abren, la percepción se ensancha y llega lo maravilloso. Para el caso de la Tejedora, el lector comienza a disfrutar de un inmenso huracán poético, erótico, violento, pero no menos erudito, iluminado, realista y muchas veces esotérico y fantástico.

La Tejedora de Coronas es una lección de historia patria, europea y universal. Es una mirada bien informada a ese lúcido siglo en que el dogma religioso se comienza a desmontar y el pensamiento civil, libre de ataduras oscuras, demócrata, abierto a la construcción de ciencia y conocimiento, comienza a tomarse Occidente. Es también una inmensa diatriba contra la iglesia católica, la vivida en España y la impuesta en la América conquistada y expoliada por curas reaccionarios y soldados corruptos de la península. Allí se entiende mucho de nuestro atraso, de la barrera que el Santo Oficio creó a cualquier exposición al conocimiento universal y con ello nos condenó al prejuicio y a la dependencia intelectual y moral.

Debo confesar que al leerlo me sentí profunda y saludablemente ignorante. La erudición sin fronteras que despliega Espinosa, su profundo conocimiento de la historia, de la filosofía, de la Cartagena de finales del XVII, de la ciudad de las luces, París del siglo XVIII, de la vida europea, de la briega de los navegantes y los soldados, son verdaderamente embriagadores. Genoveva se hace amiga de Voltaire y George Washington; conversa con el papa Benedicto XI y baila con su predecesor, cuando era cardenal, en una calle de Roma; su mano es besada por Luis XIV cuando acude al observatorio donde ella es asistente. Su novio bautiza un planeta de tonalidades verdosas que solo se ve al atardecer, el planeta Genoveva, que luego haría parte, rebautizado, del sistema solar.

La novela es una mezcla de erudición y ficción con arrestos fantásticos, que apunta a la comprensión del mundo por la vía de la metafísica. Tiene esa mezcla que hizo grande a Borges, pero que ya estaba presente, según lo anota el propio Espinosa en un coloquio con Moreno Durán, en Rubén Darío y Leopoldo Lugones y hasta en nuestro Rafael Pombo.

A ese universo, que se asemejaría a una catedral barroca atravesada por un huracán intrépido y polifónico, contribuye además de su arriesgada y a veces fatigante sintaxis, el prodigioso manejo del tiempo, que salta de la historia cartagenera, erótica, violenta y asolada, a las historias europeas, al mar y a los salones romanos, que va y viene con prodigiosas soluciones de continuidad, propias del más hábil tejido literario.

La tejedora de coronas es, sin duda, una de las mejores novelas colombianas, si no la mejor, por encima de muchas mejor valoradas; a la altura de Cien años de soledad y de El otoño del patriarca, siendo muy distinta de ellas. Uno se pregunta por qué regulares novelistas como Álvaro Mutis son puestos por encima de Espinosa, por qué llueven las entrevistas y las referencias al uno y se echan en falta las del otro. Quizá su dificultad para ser leído, porque, además, en La tejedora hay por lo menos dos o tres palabras por página que uno nunca había oído o leído, arcaísmos o neologísmos que, sospecho, muchos son de cuño del autor; un lenguaje pensado desde el momento histórico que relata.

Vale la pena leer con cuidado esta obra, la de uno de los tres o cuatro mejores escritores de estas tierras en los últimos años.