sábado, junio 24, 2006

Anacrónicas

La idea me asaltó una noche cualquiera frente a la tele, cuando caí en uno de esos programas de Film and Arts dedicado al ballet clásico. Me quedé viéndolo desde fuera de su halo de seriedad cultural y de cultivada tradición del primer mundo. Era un grupo prolijo de jóvenes con medias blancas pegadas al cuerpo hasta llegar a la cintura, las cuales resaltaban sus pronunciados equipamentos sexuales y sus respingados traseros; sus expresiones eran de concentrada seriedad tras maquillajes y cabelleras generosas y muy bien arregladas. Los muchachos se empinaban en los dedos de los pies y discurrían sobre un escenario que parecía pintado para una elegante sesión solemne de colegio, mientras agitaban sus brazos como si intentaran volar, sin conseguirlo. El asunto me pareció –con todo respeto- graciosamente anacrónico en medio de este siglo XXI.

De pronto me sentí enfrentado a una expresión humana totalmente desueta, de una belleza conmovedora, pero movilizada por una estética casi ridícula. Y con esto no quiero faltarle al respeto ni a la danza clásica ni a quienes la aman, ni mucho menos descalificarla, sólo tuve la sensación de estar ante una manifestación artística casi prehistórica. Y esa noche comencé a hacer evidente una percepción que ya había estado cultivando frente a diversas manifestaciones artísticas o expresiones culturales, frente a valores, artefactos, modas y productos.

Y ya que entramos en gastos artísticos aprovecho para mencionar la Ópera como otra expresión escénica, más no musical, que me parece totalmente anacrónica. Ahora que se han desarrollado en el cine y la televisión estéticas audiovisuales, lenguajes y hechos culturales, que la expresión escénica de la música y del drama han alcanzado tantas posibilidades, ver a unos cantantes gordos ataviados en forma aparatosa, intentando una representación dramática mientras cantan una música prodigiosa, hay que decirlo, me resulta también fuera de tiempo.

Pero este sentimiento de anacronismo no me acompaña sólo ante ciertas representaciones artísticas, antes de pasar a otro tema debo decir que manifestaciones como la pintura siguen conservando para mi la mayor de las vigencias y que jamás han sido superadas por instalaciones y artes conceptuales, y con esto quiero dejar constancia de que mi posición no es la de un post modernismo a ultranza.

Las religiones también me parecen cosa del pasado, oir a alguien decir que va al altar de la virgen a pedirle para que se le dé alguna cosa también me parece totalmente desueto. Esa tradición entre mágica y confesional, esa “fe ciega”, esa constante conversación con el más allá y, además, ese crédito absoluto a todo lo que dicen los agentes de las iglesias, ávidos de poder, riqueza y control total, me parecen costumbres antiguas. Lo que no quiere decir que no respete la necesidad de todos de tener a alguien más grande que nos acompañe en este viaje y tenga la sabiduría y la visión que nos ayude a reducir nuestra incertidumbre.

La guerra, en todas sus dimensiones e intensidades es también una de las manifestaciones humanas más anacrónicas. Utilizar la fuerza, negar la igualdad y los derechos, querer eliminar al otro para obtener una ventaja me parecen inclinaciones que deberían estar superadas por la humanidad como ha superado la viruela o el tifo. No respetar la vida, y lo que es peor, medrar alrededor de ella para obtener beneficios, utilizar a los otros, violar su integridad, es una práctica que hace parte de una soterrada prehistoria y que anima las peores voliciones de nuestra animalidad.

Pero bueno, no sigamos por ese camino tan trascendental. También me he encontrado con deportes totalmente anacrónicos, el tejo por ejemplo. No sé cómo se llamará en otras partes, pero eso de jugar a tirar unas piedras a ver quién explota la “mecha” de pólvora me parece singularmente simpático, pero sumido en la noche de los tiempos. Y por otras razones también me lo parece el cricket, tan inglés, tan decimonónico, tan caduco.

Y pensando en eso se me aparecen la monarquía y toda la nobleza, todas anacrónicas con su entramado de privilegios y exclusiones, rescatadas de la caducidad y de la muerte segura por los paparazzis y las revistas del corazón, que las erigieron como las nuevas novelas de aventuras para el gran vulgo.

Y la lista podría ser más larga: los discos de 45 rpm y hasta las tornamesas (a mi hijo hasta los CD le parecen anacrónicos, aunque no conozca esa palabra), los coches de caballos, las películas de vaqueros, la disciplina, la venganza, la envidia… en fin, hay muchos íconos que destronar.